| Hiciste que ocho calles se uniesen de forma extraña | 
| Hiciste que al mirarte, pensase en las musarañas | 
| Hiciste que la luna se muriese cuando brillas | 
| Y la hiciste renacer tras matarme de cosquillas | 
| Me hiciste dibujar tu nombre en el cristal que empañas | 
| Me hiciste ver mi cuerpo bello si el cuello me arañas | 
| Hiciste que mi voz caminase de puntillas | 
| Por los huecos que dejabas en tus medias de rejilla | 
| Me hiciste confiar en mí, borrar lo que me daña | 
| Me hiciste amarte a ti, en lo más profundo, en mis entrañas | 
| Me proclamaste Dios, encontrándome hecho astillas | 
| Y hoy es ese mismo Dios, el que te reza de rodillas | 
| Y amo el dulce de tus labios en mis noches más amargas | 
| Y un mensaje a medianoche, cada noche que me importas | 
| Y es verdad, te miro el culo cada vez que te me largas | 
| Porque quiero ver tus piernas largas en distancias cortas | 
| Ella es Musa, es la inspiración | 
| Cuando pisa suena el eco del disparo de un cañón | 
| Porque sabe a ciencia cierta que ha venido a dejar huella | 
| Es la gata del tejado a la que envidian las estrellas | 
| Y cada vez que la miro, tengo claro que era ella… | 
| Porque ella vino al mundo, y puso todo del revés | 
| Dejó a Chichen-Itza temblando bajo sus pies | 
| El Taj Mahal entero envidió el tono de su piel | 
| Y en mitad de sus talones, se estancó la torre Eiffel | 
| Ya quisiera el Coliseo que Roma fuese su espalda | 
| Y hasta el Cristo Redentor la llama Diosa si hace falta | 
| Esa gata que maullaba en mi tejado sola al cielo | 
| Cogió las Maravillas, y las dejó al ras del suelo | 
| No sé explicar como me siento si me mira | 
| Ni esas ganas de besar el suelo por el que camina | 
| Ella es el motivo de mi fuerza en días flojos | 
| Y yo que odiaba el café, hasta que probé tus ojos | 
| La chica de los labios rojos, en las tardes frías | 
| La sonrisa de las 12, que hizo renacer la mía | 
| La niña que sabía que en su mano me tenía | 
| Y prefería darle vida a todo, y manterme en línea | 
| Y esa línea tan delgada entre el cariño y la necesidad | 
| La cruzó como ella quiso, pidió paso sin piedad | 
| Y aquella niña que emanaba timidez | 
| La perdió a base de besos, y nunca la volvió a ver | 
| Se volvió aquella mujer a la que el mundo envidiaría | 
| La que puede cambiar todo en el momento que sonría | 
| La que puede hacer que todo arda, y a la vez enfría | 
| La que enseña mil lecciones, y a la vez te desvaría | 
| La mujer a la que haría un monumento si pudiese | 
| Pero no sé hacer un monumento de otro que existiese | 
| Por lo tanto me retracto, y hago lo que necesito | 
| Y dejo en constancia su leyenda por escrito | 
| Su cuerpo sigue siendo el templo que me lleva lejos | 
| Y por eso ahora rebato la teoría del Principito | 
| No es verdad que lo esencial es invisible a los ojos | 
| Porque yo veo cada día a la mujer que necesito | 
| Es la gata del tejado a la que sé que necesito… | 
| Porque ella vino al mundo, y puso todo del revés | 
| Dejó a Chichen-Itza temblando bajo sus pies | 
| El Taj Mahal entero envidió el tono de su piel | 
| Y en mitad de sus talones, se estancó la torre Eiffel | 
| Ya quisiera el Coliseo que Roma fuese su espalda | 
| Y hasta el Cristo Redentor la llama Diosa si hace falta | 
| Esa gata que maullaba en mi tejado sola al cielo | 
| Cogió las Maravillas, y las dejó al ras del suelo |