| Una mujer, claro que sí, pero de edad una mocosa
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| Con una ofrenda para mí: su danza de los siete velos
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| Imaginad la tentación, yo, cincuentón, me daba cosa
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| Y me llevé, por precaución, media docena de pañuelos
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| «Se te caerá la baba a ti», me dijo un poquitín furiosa
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| Y adivinó, luego lo vi, que muerdo en todos los anzuelos
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| En cuanto a eso de la edad, ella, en verdad, fue desdeñosa
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| Su insoportable levedad desvanecía mis recelos
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| Su danza fue
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| De aquellas que
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| Hay que premiar con un trofeo
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| Pero ahora sé
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| Que Salomé
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| Sólo quería mi deseo
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| Si mi deseo era deseo de Salomé
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| Y en la sonrisa de su piel que era una guía de perplejos
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| Creí ver claro mi papel: galán maduro en un sainete
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| Pero aún así les dije adiós a mis artrósicos complejos
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| Y ellas a sus velos uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis y siete
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| Y cuando el séptimo cayó alucinaron los espejos
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| Tembló el misterio y se lanzó mi corazón hecho un cohete
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| Yo, antes que andaba por allá muy cerca y a la vez muy lejos
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| Rendido le dije «ojalá después me digas: ahora vete»
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| Porque si no
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| Qué haría yo
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| Prendido siempre en su belleza
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| Pero ahora sé
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| Que Salomé
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| Sólo quería mi cabeza
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| Y en mi cabeza
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| Ver la belleza de Salomé
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| Y yo quería más y más y ella también, era perfecto
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| Si no me iba ya jamás escaparía de sus redes
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| «Voy a perder el zeppelín», le dije al fin, en tono abyecto
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| La muy desnuda hizo un mohín:
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| «vete ahora, dijo, si es que puedes»
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| El desafío era total y rebotó por las paredes
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| Saqué un pañuelo, mi inicial cruzó su cara
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| Y puse aspecto de gran viajero
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| Incluso hoy que se lo estoy contando a ustedes
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| No sé si vengo de ella o voy
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| Ando perdido en mi trayecto
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| Su danza fue
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| De aquellas que
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| Hay que premiar con un trofeo
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| Pero ahora sé
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| Que Salomé
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| Sólo quería mi deseo
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| Y mi deseo siempre es deseo de Salomé |