| Lady Godiva, vestida tan recatadamente
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| Acaricia la cabeza de otro chico de pelo rizado.
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| Solo otro juguete
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| Enferma de silencio, llora sinceramente
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| Decir palabras que se han dicho tan claramente
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| Hace mucho tiempo
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| Cortinas envueltas suavemente alrededor de su hombro
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| La vida la ha hecho mucho más audaz ahora
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| Que ella descubrió cómo
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| Vestida de seda, raso, encaje y envidia
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| Orgullo y alegría de la última tarifa de centavo
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| cuidado bastante pasajero
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| Cabello hoy ahora goteaba en el agua
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| Hacer el amor con el hijo de cada hija pobre
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| ¿No es divertido?
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| Ahora hoy, apuntalando la gracia con la envidia
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| Lady Godiva se asoma para ver si hay alguien allí.
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| Y no tiene un cuidado
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| «Viene el doctor», piensa dulcemente la enfermera.
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| Encendiendo las máquinas que bombean aire limpiamente
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| El cuerpo yace desnudo
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| Afeitado y sin pelo, lo que una vez gritaba
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| Ahora yace en silencio y casi durmiendo
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| El cerebro debe haberse escapado
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| Atado de forma segura a la mesa blanca
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| El éter hace que el cuerpo se marchite y se retuerza
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| Debajo de la luz blanca
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| El doctor llega con un cuchillo y equipaje.
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| Ve la garganta, de oh tanto repollo
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| Eso ahora debe ser cortado
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| Ahora llega el momento de la gran decisión
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| El doctor está haciendo su primera incisión
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| Uno va aquí
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| uno va allí
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| «El éter se escapa», dice alguien que es descuidado
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| El paciente, al parecer, no duerme tan bien
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| Los gritos resuenan en el pasillo
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| No se asuste, que alguien le dé pentatol al instante.
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| El doctor quita su hoja con cautela del cerebro
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| Por nueve de diez
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| La cabeza no se moverá |