| La chica detrás del mostrador estaba mezclando cerveza y Seven-up
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| Y la sonrisa con hoyuelos y dientes era para publicidad
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| Como las caras en las paredes de ese pequeño restaurante de autopista
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| Mientras mis sueños secretos atronaban los camiones...
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| Hermosa, con una belleza propia inmadura, rubia sin tener aires
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| Casi triste, como las flores y la hierba de la rampa del tren
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| El silencio solo fue arañado por mis quimeras
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| Que tracé con un dedo dentro de los círculos del cristal...
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| Bajo el sol en el horizonte coloreaba el escaparate
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| E imprimió destellos y huellas dactilares en la bomba de gasolina
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| Ella reflejó la cara de su hijo en la fuente de soda
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| Y yo... sentí una infelicidad cercana...
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| Avergonzado, pero solo un poco, puse un disco en la máquina de discos
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| Sentir que estoy en una escena de una vieja película de Fox
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| Pero no para tirarle un cliché inútil en la cara.
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| Toqué a un hindú en una lata de una caja de té...
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| Pero en el juego debí haberle dicho: "Escucha, escucha, me gustaría hablar contigo..."
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| Luego, tomando su mano sobre el mostrador: "No sé cómo empezar:
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| ¿No puedes verlo, no puede la melancolía tocarlo hoy?
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| No dejemos que se desborde: ven, vámonos, vámonos”.
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| Mi récord de atmósfera terminó en un crujido
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| Había un goteo en ese aire de neón y pesado
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| Sobre el ruido de esa sentencia suspendida mía
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| "Y yo...", pero entonces llegó una pareja sorpresa...
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| Y en un momento, pero como suele pasar, la cara de todo cambió
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| Las cortinas de nailon rosa de repente borraron todo reflejo.
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| El camino de tierra me llamó, "¿Cuánto es?" |
| Pregunté y pagué por ello.
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| Le dejé cinco centavos como propina, cogí el cambio y me fui... |