| Un hombre con un abrigo rojo se sentó a horcajadas sobre el hombro
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| Fuera de la calle para desaparecer en una nube
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| Mirando hacia arriba entre sus brazos vio la acera
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| Flotando lujuriosamente alrededor
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| Siguió sus párpados escaleras arriba y
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| Se volvió y miró una libra reluciente
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| Eso le dio como respuesta una sonrisa gelatinosa de su
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| Boca verde y ancha
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| Al pasar por la puerta puso los ojos en blanco.
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| Fue galvanizado a través del teléfono y
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| Entendió el crepitar de las máquinas de escribir,
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| Fonógrafos y heliófonos
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| Pero era domingo y caminando y hablando
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| — Da lo mismo- Pudo haber sido (…)
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| Vino aquí por una dama mientras el sol y el viento estaban
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| Caminar y hablar,
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| Caminar y hablar
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| La luz acurruca una sustancia
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| Como un gusano en el Vaticano
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| Ambientada en una transmisión de radio que comenzó hace mucho tiempo
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| El sonido lo dejó caer antes desde algún lugar.
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| Esta vez
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| Los músicos de pez saxofón eran
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| Injusto
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| Luego, al caer la noche, querida, arrojó sus miembros de juego
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| A lo largo de la calle hasta aquí
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| Aunque las paredes eran todas de hormigón
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| Podía con una simple presión de sus dientes
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| Rompe el tierno mecanismo que los sostenía
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| Y soltó una sonrisa empolvada
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| Así fue recibido, así fueron sus pies
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| Bañado para ser rugido de vuelta en un grito
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| Entonces supo que ella lo acosaría, tal vez lo desecharía.
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| Y por las orquídeas cantan sobre eso Se convirtió en 1, 2, 3, platos tambaleantes para ella
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| Amables invitados, sus amigos y enemigos.
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| Pero era domingo y en una terraza tranquila
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| Podría haber estado sentado y hablando.
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| Y al anochecer se estremeció,
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| El horror de ese atardecer
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| los ojos cerrados,
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| En pie |