| Como el amanecer derritió mi corazón
|
| Abrí mis ojos
|
| rosas rojas desde arriba
|
| Fueron plantados dentro de mí Y cuando el amor que nunca se desvanece
|
| se estableció en mi corazón
|
| Mis días de viaje comenzaron
|
| Caminé al lado del flujo constante
|
| Manantial de agua clara
|
| Siempre dispuesto a saciar mi sed
|
| Y dame paz y fuerza
|
| corrí hacia los campos
|
| Invitándome a dejar descansar mi alma escalonada
|
| que dulces eran
|
| Esos pastos de verde
|
| Un olor a vida llenó el aire
|
| Y el sol dio energía constante
|
| A mi espíritu una vez muerto
|
| La magnificencia de este paraíso
|
| Contó una historia maravillosa sobre una creación
|
| Ocurriendo desde tiempos inmemoriales
|
| Podía escuchar el susurro tranquilo:
|
| «Acércate a mí, amado»
|
| La voz del Espíritu tocó
|
| Mis oídos con amor y cuidado
|
| continué el camino
|
| Y entró en el bosque
|
| Aún escuchando el susurro:
|
| "Acercarse más a mí…"
|
| Pero de repente los hermosos árboles
|
| Y la luz del día se volvió
|
| En un paisaje de espinas y niebla
|
| Pronto me perdí en un desierto desconocido
|
| Y no hubo fin para mi susto
|
| Las lágrimas corrían por mi rostro afligido
|
| Y el dolor no mostró piedad
|
| Allí estaba yo, un niño indefenso y asustado
|
| Por fin caí de rodillas en oración
|
| Mientras siente la desesperación
|
| Acercándose más y más
|
| «Padre, ayúdame a salir de aquí», grité
|
| Pero no se escuchó respuesta.
|
| «Mira mi dolor…» ahí no hay nadie
|
| Me convertí en un prisionero solitario
|
| Atado por cadenas de duda
|
| En ninguna parte pude encontrar el significado
|
| De las cosas que me pasan En el día me quedé gritando, llorando y orando
|
| Y por la noche yacía temblando en una terrible impotencia
|
| Finalmente, todo mi poder se fue
|
| Y casi lo dejo todo
|
| Con mis últimas fuerzas levanté
|
| Mi rostro hacia el cielo y grité:
|
| «Padre, hágase tu voluntad y no la mía»
|
| Entonces me sentí en un total menos de poder
|
| Esperando la llegada de otra noche helada |