| Bienaventurados los pobres de espíritu
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| Porque ellos tienen pero un bajo conocimiento de existente
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| Medir la profundidad de la vida lleva a encontrar la nada
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| Entonces pongámonos entre los que no buscan
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| Cualquier cosa
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| Que se ciegan para no desaparecer
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| Y el disgusto con la realidad se hará soportable
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| Bienaventurados los niños difuntos
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| Porque nunca conocerán la desilusión
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| De una vida que no es digna
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| De las promesas de la infancia
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| Vivir en el momento en que han muerto
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| inocente e ignorante
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| Sin proyectar en sueños inútiles
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| Devastado por el trabajo y la presencia de otros
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| Bienaventurados los que nacen muertos
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| porque no han aprendido nada
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| El conocimiento de este mundo conduce
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| Para vislumbrar su vacuidad
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| Y nos aleja del caos que fue nuestra cuna
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| Neguemos el mundo de los demás
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| Neguemos todo
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| matémonos y volvamos al caos
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| El nacimiento no es el bien supremo, ¡lo maldigo!
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| Huyamos de ella para olvidar este flagelo
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| Este mal detrás de nosotros y no antes
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| Eso debería causar pena
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| Porque nos ha sacado del caos
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| Nunca deberíamos habernos ido
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| Detesto este caparazón mortal que se consume día a día
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| Todos lisiados de nacimiento comparados con la excelencia
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| No somos nada y nos adornamos con artefactos
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| Convirtiéndose en un vacío decorado con grotescos
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| Profundamente frustrado, engañado por la vida por aquí
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| Esto no es amor, sino un deseo narcisista de seducción.
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| No hay bien sino un culto a la belleza efímera
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| Y ningún gran sueño que se realice
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| Extraño este momento antes de nacer
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| Deseando volver al caos |