| En ese momento antes de todos los momentos,
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| En esa mañana antes de que naciera el mundo,
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| Cuando dimos testimonio a Su Señoría,
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| viendo tu rostro, escuchando tu mandato,
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| Pronunciando el sí que resuena para siempre en el interior,
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| ¿Escuchamos la cadencia de la Música Divina?
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| En este mundo humilde escucho esa Música cerca y lejos,
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| En el arranque del oud y el alquitrán,
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| En el zumbido del sitar y el gong del gamelán,
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| En las inquietantes melodías de esos monjes
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| cantando al unísono tu gloria,
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| En los tambores rítmicos que salen de los bosques verdes,
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| y el ney del pastor respirando sobre las colinas,
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| En todas esas voces que cantan el amor por Ti,
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| En toda la música que celebra Tu belleza inviolable,
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| Escucho esa cadencia de Música Divina,
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| Y así en el canto de los pájaros y el canto de las ballenas,
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| En el murmullo del viento a través de esos árboles majestuosos,
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| E incluso en la invocación silenciosa de las montañas y las estrellas,
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| Porque ¿no es la sustancia de toda Tu creación,
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| Pero la invocación de Tus Benditos Nombres
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| cantado en la cadencia de la Música Divina?
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| Pero sobre todo es en soledad contigo,
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| Cuando tú y yo estamos solos en la intimidad,
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| Que escucho tan claramente la cadencia de esa Música Divina
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| que oí en aquella aurora preeterna,
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| y que no deja de resonar por dentro,
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| Dando testimonio de la realidad de Tu Presencia,
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| Haciéndose eco de la cadencia de esa Música Divina,
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| Ecos de las miríadas de seres creados
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| Que no son sino la nada que refleja Tus Teofanías.
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| Déjame estar solo en tu intimidad,
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| Para volver a oír en el más claro de los sonidos,
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| La cadencia de esa Música Divina
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| que oí en el momento del encuentro con tu Rostro,
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| En ese momento preeterno de la creación,
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| El momento que es ahora y siempre será el eterno ahora. |