| Vio con perfecta claridad
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| Escupiría en la hora maldita de su nacimiento
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| Y decir que todo fue vanidad
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| Cuán profundo y sabio fue Salomón
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| Y ver antes de que la noche descienda
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| Anhelaba saborear el olvido
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| Empezó sabio pero como un tonto termina
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| Oh, la sabiduría está bien, estamos contentos de no tener ninguno
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| Entonces Julio César, poderoso, levantó en alto su vara real
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| Tan valiente que destrozó el mundo
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| Así que votaron y cambiaron a su César por un Dios
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| Y clavó una daga en su corazón
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| Qué fuerte gritó: «Tú también, hijo mío»
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| Y ver antes de que la noche descienda
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| Su reinado acababa de comenzar.
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| Tan valiente, pero gritando de miedo termina
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| Los corazones valientes son grandiosos, gracias a Dios no tenemos ninguno
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| San Martín cantó su bendición, su piedad floreció
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| Conoció a un hombre perdido en la nieve
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| El desgraciado se estaba congelando así que el Santo le dio su ropa
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| Por supuesto, los dos hombres murieron congelados.
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| Las puertas del cielo sin duda ganó
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| Y ver antes de que la noche descienda
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| Tan amable más allá de la comparación
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| Afectuoso pero bajo el hielo termina
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| Oh, lastima es genial, gracias a Dios que no tenemos ninguno
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| Por fin nuestro hilo final ha sido hilado, les pedimos almas gentiles
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| ¿De qué ha servido nuestro amoroso cielo?
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| En sus cocinas está todo seguro y suave dentro
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| Nos quedamos afuera con tazones vacíos
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| El amor de Dios nos ha dejado aquí deshechos
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| Y ver antes de que la noche descienda
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| Los mansos siempre son invadidos
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| Y la virtud nos lleva a nuestros miserables fines
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| A la gente le va mejor, que no tiene |