| Y luego y luego, la gente viene aquí y te dice
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| Ya conocer cada ley de las cosas
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| Y todos ellos, ya sabes, se jactan de orgullo ciego
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| Verdades hechas de fórmulas vacías
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| Y todos, ya sabes, sabrás cómo hacerlo,
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| Qué leyes respetar, qué reglas observar,
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| ¿Cuál es el real real,
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| Y luego, y luego, todo encerrado en muchas celdas,
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| Hacen que los que hablan más fuerte
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| Sin mencionar que las estrellas y la muerte son aterradoras.
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| Al calor del sol, la portuguesa bajó al mar
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| No había palabras, solo ruidos como voces suspendidas.
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| Sólo el mar, y su primer biquini de amaranto,
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| Las cosas más bellas y la alegría del calor en la piel.
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| Los amigos cercanos parecían abrumados por la voz del mar;
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| O sueños o visiones algo la tomó y se puso a pensar;
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| Siente que era un punto en el borde de un continente,
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| Sintió que no era nada, el inmenso Atlántico frente a él.
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| Y en esto sintió algo grande
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| Que no podía entender, que no podía adivinar;
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| Que él habría explicado, si la hubiera entendido a ella, y al océano infinito;
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| Pero el calor la envolvió, se sintió desvanecerse y se durmió.
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| Y era sólo del sol, como de manos futuras.
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| Solo quedaba el mar y un biquini de amaranto.
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| Y luego y luego, si te encuentras recordando,
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| Descubrirás que no te importa.
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| Y comprenderás que una tarde o una estación
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| Son como relámpagos, luces que se encienden y luego se apagan.
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| Y comprenderás que la verdadera ambigüedad
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| Es la vida que vivimos, ese algo que llamamos ser hombres,
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| Y luego, y luego, que el vicio que nos va a matar
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| No será fumar ni beber, sino ese algo que llevas dentro,
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| eso es vivir |