| Partiendo las cortinas moradas
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| Y las pesadas gafas translúcidas
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| Por la ventana entreabierta
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| Huele el campo húmedo
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| En una consola de ébano
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| Brillan los reflejos cristalinos
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| De una jarra medio llena
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| De este elixir opalino
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| Consúmeme, líquido divino
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| Ilumina un poco mi mirada en blanco
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| aullaba el alma atormentada
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| De un adicto al opio inglés
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| Entonces cuando a sus labios ardientes
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| Él lleva la copa preciosa
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| En su conciencia vacilante
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| Los sonidos y los colores se balancean
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| Los templos vacilantes se desmoronan
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| En el fuego que abraza a Roma
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| Y su inmenso choque retumba
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| Bajo las suaves olas del láudano
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| Tranquilízame, líquido divino
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| Revive mi cara lívida
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| aullaba el alma atormentada
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| De un adicto al opio inglés
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| Un ejército oscuro en filas apretadas
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| Bufa bajo un cielo bermellón
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| Nubes con flecos dorados
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| Lentamente cubre el horizonte
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| Entre la carnicería incandescente
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| Hacia el infierno en llamas
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| De repente se levanta un rostro dulce
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| Medio angustiado, medio sonriente
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| Ahórrame, líquido divino
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| Apaga esta morbosa pesadilla
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| aullaba el alma atormentada
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| De Sir Thomas de Quincey
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| Y vuelve a caer la noche, bañando el vasto páramo
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| con un silencio de muerte
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| Que resuena en capas de ausencia
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| Enorme De Profundis
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| Levántate del corazón de las tinieblas
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| Una por una las estrellas se desvanecen
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| Y toma un resplandor fúnebre |