| El señor de afuera, trabaja para mí, se llama Mariano
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| Él corta y poda la hierba para mí, él hace florecer las flores
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| Dice que viene de un lugar no lejos de Guanajuato
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| Son dos días en un autobús desde aquí, toda una vida desde esta habitación
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| Preparo sus comidas y hablo con él en mi viejo español roto.
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| Señala cosas y me dice nombres de cosas que no puedo recordar.
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| Pero a veces no puedo evitar preguntarme quién es este hombre
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| Y si cuando se haya ido se acordará de mí en absoluto
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| Lo observo de cerca, funciona como un pistón en un motor
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| Solo se detiene para tomar un trago y fumar un cigarro
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| Cuando el día termina miro fuera de mi ventana
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| Allí en el horizonte, la silueta de Mariano
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| Se sienta sobre una piedra en dirección sureste.
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| Conozco mis gráficos, sé que él está pensando en su hogar
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| Nunca he sido del tipo que dice que me gusta la intuición
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| Pero lo juro, veo las caras de los que él llama suyos
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| Su piel es morena como la arcilla de un alfarero, sus ojos vacíos de expresión
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| Su cabello es negro como los sueños de las viudas, sus sueños casi se han ido.
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| Son antiguos como una visión de una virgen sacrificada
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| Inocente como el llanto de un bebé que nace
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| Revolotean alrededor de una llama moribunda y rezan por su protección
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| Sus oraciones a menudo son respondidas por sus cartas en el correo.
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| Les envía figuras de colores que recorta de tiras de papel.
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| Y todos sus salarios semanales, sin guardar nada para sí mismo
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| Hace tiempo que no veo la cara de Mariano
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| Los guardias fronterizos, vinieron un día y se lo llevaron lejos
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| Espero que esté bien allá en su casa en Guanajuato.
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| Me preocupa aunque leí que hay revolución todos los días |