| Extrañamente esta noche, la marquesina descansa.
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| La muerte se ha apoderado de la risa de los niños.
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| El payaso se ha ido y la luna se derrama
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| Sobre su lecho los ungüentos de la metamorfosis.
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| La charanga aflige y el escudero en lágrimas,
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| Pequeños ponis blancos con mechones de terciopelo
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| Lo escoltará mañana grandes tambores
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| En la loma empinada donde estará su hogar.
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| Él, envuelto en el azul, le dirá a las plantas
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| Naciente y toda llena de vida decanta,
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| El pesado secreto azul de la risa desencantada
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| Que suenan en menor el estruendo de la fiesta.
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| En un lienzo estirado de circo de desnudos rubios,
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| Por soles infantiles de risa incandescente,
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| Revivirá el payaso, ridículo y docto,
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| La risa donde se esconden los problemas del mundo.
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| La risa del anciano cerca del árbol de la palabrería,
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| Frágil como el arrepentimiento bajo el peso de un nuevo día.
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| La risa del coolie corre como un buey
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| O la risa del loco, cortante como una espada.
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| Charlatán de la risa que una lágrima enreda
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| Hará malabares tan bien, el payaso, que el infinito
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| Rehará el cálculo de sus cosmogonías
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| Para volver a atar los hilos de sus títeres terrenales.
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| Pero callará lo peor, la risa imperdonable,
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| La risa de este niño triste tan cansada que ya vieja,
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| Para quien el payaso pateara el trasero de los dioses
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| Dondequiera que estén, en su improbable Olimpo.
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| Extrañamente esta noche, la marquesina descansa. |