| Intra Tupino y el agua que baja
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| Del cerro elegido del Beato Ubaldo
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| Costa fértil de laderas de alta montaña
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| Onde Perugia siente frío y calor
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| De Porta Sole y de espaldas los llora
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| Por yugo serio Nocera con Gualdo
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| De esta costa, donde bordea
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| Más su rectitud, un Sol nació en el mundo
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| ¿Cómo funciona esto a veces del Ganges?
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| Pero para que no proceda demasiado cerrado
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| Francisco y la pobreza para estos amantes
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| Tome por ahora en mi charla generalizada
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| Su armonía y sus semblantes felices
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| Amor y asombro y dulce mirada
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| Que sean la causa de los pensamientos santos:
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| Tanto es así que el venerable Bernardo
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| Primero se desnudó, y detrás de tanta paz
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| Corrió y, mientras corría, le pareció que llegaba tarde.
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| Ni la cobardía los cargó con sus latigazos
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| Ser hijo de Pietro Bernardone
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| Ni por despecho para sorprender;
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| Pero regiamente su dura intención
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| A Inocencio abrió, y de él recibió
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| Primer sello a su religión
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| Entonces los pobres crecieron
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| Detrás de él, cuya maravillosa vida
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| Mejor cantar en la gloria del cielo
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| Y luego que, por la sed del mártir
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| Ni la presencia del Soldan es soberbia
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| Predicó a Cristo y a los demás que lo siguieron.
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| En la piedra en bruto entre el Tíber y el Arno
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| De Cristo tomó el último sello
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| cuando a Aquel que tan bien lo ha hecho
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| Se complació en sacarlo del camino a la mercede
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| Ch'el mereció en su devenir pusillo
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| A sus frailes, así como a los recién rede
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| Recomendó a su mujer más querida
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| Y mandó que le amaran con fe;
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| Y el alma precluida de su vientre
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| Mover querido, regresando a su reino
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| Y no quiso otro ataúd para su cuerpo |